16 agosto 2006

El vecino muerto 2

Resulta que el vecino muerto después de todo no era padre de ninguno de los críos, es más, casi el mismo era un crío: unos veintipocos años.

Por lo visto estaba buscado por la Interpol, y ahora entiendo porqué fregaba tan mal y tarde la escalera. Cuando se es tan peligroso no tiene que ser sencillo fregar y hacer tareas domésticas.

Finalmente parece que se ahorcó del pomo de la puerta. No me digan como se consigue eso, tal vez atando la cuerda al otro lado de la puerta, pero ni idea. Aunque a él parece que le ayudó a suicidarse la paliza que le dieron antes.

La tipa parece que tuvo la oportuna idea de perderse con sus hijos unas horitas. Justo en las que fue suicidado el amigo. El loro fue testigo pero como habla en lituano la guardia civil no ha sacado nada en claro de él.

A la semana la amiga dejó la casa y estaba en las fiestas en buena compañía. No creo que tenga muchos remordimientos.

Ahora hay un muerto en la historia del bloque y un piso vacío que entre que su dueño es un gilipollas y que tiene pomos asesinos no creo que sea alquilado a corto plazo.

La gran impostura

Hace tiempo que lo descubrí y quería compartirlo con ustedes. Pero no había prisa, el saberlo no cambia nada y si añade inquietud:

Siempre pierden los mismos.

Siempre se joden los débiles, los inocentes y los desprevenidos. Y eso a pesar de la constante monserga de la religión cristiana y, de forma mas moderna, las películas. En ambos medios se nos cuenta lo mismo: el final feliz y justo. Todo es parte de la gran impostura. Solo se trata de justicia placebo.

El hombre tiene sed natural de justicia y la injusticia propaga la empatía, y la empatía la revolución. Alguien tiene que calmar esa sed y mantener el orden intrínsecamente injusto. Y así siglo tras siglo, cuento tras cuento, siempre pierden los mismos y siempre ganan los mismos.

Los tontos nos embrollamos en terapias de fraternidad y justicia mientras los poderosos nos menosprecian y van a lo suyo: al cuento y a su rentable injusticia.

Al final, a lo sumo, nuestra inocencia se convierte en víctima colateral de su juego, y todo sigue igual: avanzando de forma circular hacia no se sabe cuanto.