23 mayo 2008

El miedo

El miedo nos va haciendo peores personas. A medida que crecemos nos van creciendo los miedos y estos nos van modelando una forma de ser extraña y forzada.

El miedo es el principal modelador de personas, aunque estuve tentado a pensar que también nuestros sueños, pero los mismos no son sino productos de nuestros viejos miedos y productores de los futuros.

El miedo nos va quitando nuestra esencia mas pura y encomiable, y la va sustituyendo por mezquindad y apatía.

Por eso me resulta terrible y doloroso ver a un niño sufrir el miedo, es una manera de joderle la única tregua que le da el miedo: la infancia.

El paisaje del niño

A uno se le va grabando en el alma su paisaje cuando niño. Crecemos mirando, corriendo y queriendo esas lomas, ramblas, bancales y sierras tan nuestras. Ese relieve de nuestra infancia es una prolongación de nuestros huesos y piel.

En el momento que crecemos ese proceso se estanca para siempre, andamos demasiado ocupados como para mirar y sentir. No crecemos nunca más a través de esa piel de tierra y vegetales, lo que no deja de tener cierta lógica práctica.

Lo triste es ver modificarse ese paisaje con los años. En un sitio vallan un bancal por el que jugamos y buscamos nidos, en un viejo campo de fútbol montan un promoción de viviendas, en la lejanía, en un viejo cerro casi mítico por su extraña silueta y sus solitarios pinos y palos de la luz huérfanos de cables se hacen un chalet... Así poco a poco va cambiando todo.

Seguro que muchos pensaréis que se trata de simples y razonables cambios que va arrancando el progreso. ¡Pero no! Se trata de algo mucho más doloroso: son amputaciones que van reduciéndonos a base de tiempo al triste muñón formado por nuestro cuerpo viejo y extraño. Con la pérdida del paisaje de nuestra infancia se van nuestros huesos, piel y sueños.

El grano rumano

Hoy he compartido una cola con unas chicas rumanas. Como era larga me entretuve en mirar, una cosa que ando extrañando desde hace años. Aparte de que una de ellas que tenía un bebe era muy guapa, me he quedado ensimismado mirándole a otra un grano que tenía en el canalillo de las tetas. El grano me ha llevado al racismo.

Es estúpido tener afinidad o simpatía con alguien por la aleatoria razón de haber nacido con nuestro color, religión o terruño pero sin embargo es mas injustificable no hacerlo por ser el otro lo contrario a nosotros.

El grano de la rumana era tan cercano, tan familiar, tan mío; que al final he descubierto que yo era uno con ese grano, y a través del mismo con la chica. Me puedo matar leyendo filosofía o sociología para intentar comprender lo que ese simple y casi ridículo grano me ha dicho en unos segundos.

Es absurdo el racismo, pero también de subnormales. Era mas sencillo tener afinidad con ese grano que con un imbécil con mala leche o un tipo que no se lavaba en días que andaban en la cola. Poco importaba que fuesen de mi pueblo toda la vida.