Rafael el manco
Rafael era un personaje muy peculiar, en el pueblo, era el primero por decisión y respeto a la palabra dada.
Tenía una vehemencia casi mórbida. De echo perdió el brazo en una apuesta. Apostó que mantenía el brazo dentro de la porqueriza del semental del tío Zequiel el Negro. Aquel cerdo era el bicho mas fiero y cabrón de la comarca, pero Rafael mantuvo su brazo, incluso mas de lo apostado. Aquella hazaña le costó un brazo pero ganó un mote y 150 pesetas.
A estas alturas, por esto y otras burradas, el pueblo entero conocía los peligros de la vehemencia de Rafaelico; por eso todos se temieron lo peor cuando el bastardo del cura le negó la mano de su hija bastarda: la Rogelia.
Rafael se tiró casi una semana bebiendo solo en el bar de la plaza.
Al quinto día de cara ensombrecida y bebida solitaria, Rafael, declaró solemnemente que antes de una hora moriría de deseo por Rogelia. La noticia corrió como la pólvora por las cuestas del pueblo, en quince minutos estaba en la plaza todos los vecinos que no estaban en el campo.
Rafael se acabó su vaso de vino, se levantó y se sentó en una esquina de la plaza. Allí, recostado sobre un ribazo de piedras, poco a poco, sin un gesto, fue cambiando su color del pálido (de cinco días de solo vino) al rojo mas intenso. El silencio se podía cortar ante las caras, entre aterradas y curiosas de sus vecinos.
Mientras lanzaba la última mirada a la Rogelia, que con falsa modestia trataba de poner una cara de tristeza que no le dejaba el orgullo que le producía semejante halago; a Rafaelico el manco le estalló la cara de deseo. ¡Tuvo que ser deseo! Porque los que lo amortajaron atestiguan que también le estalló el pijo.
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