Pepe Martínez
Pepe Martínez era en esencia una buena persona, por eso nada hacía presagiar lo que sucedería aquel 5 de agosto que tapió la puerta de su habitación aprovechando que la patrona se había tomado los primeros tres días de vacaciones en diecisiete años.
Nadie ni nada le hizo deponer su aptitud y siguió pétreo en su decisión de hacerse ermitaño en la pensión de la señorita Consuelo. Amenazaba con suicidarse en caso de que trataran de entrar. El ama lo dejó estar, era la temporada baja de Madrid y no necesitaba la habitación. Por lo visto el desencadenante fue el que se quedase sin un duro para pagar la habitación.
La señorita Consuelo era una cincuentona que andaba, fuese verano o invierno, en camisola de playa. Por lo visto nunca estuvo en la playa y su vestuario era una forma de echar de menos la misma.
Fueron pasando los días, los meses y los años y Pepe Martínez iba sobreviviendo mendigando con un cubo. Los descolgaba por el balcón de la ventan y los vecinos y viandantes le iban dejando comida para mal vivir. Él los recompensada con máximas filosóficas y poemas de loco, cosa que terminaron apreciando todos un poco. Por su parte la señorita Consuelo se fue olvidando de él y así fueron envejeciendo ambos, separados por un tabique pero al fin y al cabo juntos en sus vidas mutiladas y grises.
Un día el cubo no bajó a la acera de debajo de la ventana; algo totalmente inusual. El barrio entero se alertó ante aquel hecho excepcional, no en vano habían convivido con el cubo y las palabras de Pepe Martínez durante catorce años, día sí, día también. Temiéndose lo peor llamaron a los bomberos que con ayuda de una escalera certificaron lo que todos temían: el ocupa-ermitaño había muerto.
A los nueve días encontraron ahorcada a la señorita Consuelo. Solo dejó una nota: "No soporto tu ausencia".
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