25 noviembre 2005

No quisiera precipitarme...

... pero es inevitable.

Conforme vas viviendo tienes que ir haciendo elecciones y cada una de ellas mata a cientos de opciones. Estas se van gastando y eso me cabrea bastante.

Me pesan todas esas opciones inconclusas. Me gustaría ser como un dios, pero como un dios griego, nada de triángulos en la cabeza y escarpias clavadas en las manos. Esos si sabían de la vida. Cuando se les antojaba, por deseo o aburrimiento, se convertían en cualquier animal: un toro, un águila o un hombre; y se dedicaban a vivir vidas ajenas. Generalmente les daba por ir cepillándose mortales y así tenían el mundo clásico: lleno de hijos bastardos. Ocupación lógica, porque, como de todos es sabido, el mundo arde a fuerza de sexo y amor. Tan solo algunos pervertidos se desviven por hacerlo arder con petroleo y bombas de fósforo.

Así me gustaría ser a mí. Elegir eternamente sin miedo a equivocarme y sufrir por lo que no será nunca. Porque he de confesar que a veces, sobre todo los domingos y viernes por la noche, lloro un poco por todo eso.

Yo soy del estilo de Bogart: subirme el cuello de la gabardina una noche de lluvia después de despedir para siempre a la chica: "Que te vaya bonito preciosa. Te mereces algo mejor. Hasta nunca". Es triste, pero ¡joder!, mola un huevo. Que otro cargue con la hipoteca y los malos royos, tu a por otra opción, que hay muchas.

De todas formas por ahora no me quejo, estoy bien con los que me rodean y conmigo, que ya es mucho. Pero no me gusta que de pronto me encuentre en la tesitura de el tío Cano. Al pobre tan solo le quedaba una decisión: si lo enterraban con su mujer o con sus padres. Al final decidió que con sus padres. Lo mismo pensaba que así podría ligar con alguna vecina de nicho. Como dije antes la vida arde con sexo y amor, y adivine usted si a la muerte no le pasa lo mismo.