04 noviembre 2005

La chica de la flores

Ahora es la chica de las flores, antes fue la drogadicta de la plaza de los Burros. En ella se pasaba el día tratando de rapiñar lo suficiente para otro chute de heroína.

Ya no se acuerda como acabó así. No sabe si fue por despecho, inconsciencia o estupidez. El caso es que le pegó fuego a su vida y se dispuso a dejarse morir en un par de años. Con su pelo desgreñado y su ropa hecha jirones, llena de mierda y niebla se convirtió en una parte solitaria y desagradable del mobiliario urbano de esa plaza.

En una esquina de la plaza tenía su puesto de flores Luis. Era reservado y serio, pero con un gran corazón, siempre tenía algún dinero para completarle la recaudación necesaria a Maria.
Empezó con eso, luego le trajo una manta nueva. Despues se convirtió en costumbre traerse dos bocadillos, uno para Maria. A veces le regalaba algún clavel, que a ella le gustaban porque le recordaba la casa de su abuela, que fue quién la crió.
Al principio todo ese trato era silencioso y tácito. Luis era muy tímido, Maria sentía vergüenza ante él. Al fin y al cabo todavía le quedaba algo de coquetería femenina y no le agradaba que el viera como se podría día a día.

Un día, sin ningún tipo de premeditación y de forma sencilla, empezaron a hablar. Y se convirtió en costumbre. Eso le costó a Luis varias clientas de esas con mas postín y religión que caridad y amor. No le importó mucho. También Maria fue perdiendo parte de su macabra recaudación. Alguna noche que otra no la conseguía y la pasaba entre sudores y "mono". Apretaba los dientes, se envolvía en la manta de Luis y trataba de dormirse debajo de un banco o en la entrada de la cochera que le servía de dormitorio los días de frío.

Fue pasando el tiempo, y una noche cuando se despedían, se miraron y sin saber porqué se dieron un beso.
Aquél beso le explotó dentro a Maria. Aquél beso le rebrotó la vida que poco a poco empezó a florecerle de nuevo.

Han pasado los años. Maria dejó las drogas, fue difícil y no sabe si volverá a caer de nuevo. Tampoco le importa mucho, entre cuidar de sus dos hijos, llevar la casa y echarle una mano a su marido en el puesto de flores no tiene mucho tiempo para pensar en eso.