29 enero 2006

Los niños "moros" y el cura del pueblo

Antes, como todos saben, no se podía enterrar a nadie no bautizado en la tierra sagrada de los cementerios. Esto era especialmente duro para los bebes que morían al poco de nacer y los que nacían muertos. También, es cierto que en casi todos los cementerios había un lugar para enterrar a los no bautizados y a los "herejes" y si no lo había la gente se hacía la distraída y se enterraban sin mayores aspavientos.

En mi pueblo ni lo uno ni lo otro.

En aquella época los niños nacían mucho, en parte porque también morían mucho. Cuando esto pasaba, el padre, en lo oscuro de la noche y sorbiéndose los mocos del sufrimiento, saltaba la tapia del cementerio, para, como un ladrón buscarle un huequecito en tierra sagrada a su hijo "moro" e impuro.

El cura estaba siempre presto a tales sacrilegios, y cuando se enteraba de alguna muerte de este tipo, sospechando siempre de los pecadores de los padres; no dejaba piedra sobre piedra, ni tierra sospechosa sin excavar hasta dar con el niño "moro". Se dedicaba con una fe sádica a este empeño. Aunque él solo daba órdenes, el que trabajaba era el Paquito el sacristán, que por tonto o pelota se entregaba a ese trabajo con la misma dedicación que el cura.

Cuando daban con el cadáver lo enterraban detrás de la tapia del cementerio. El cementerio estaba en una loma pedregosa y las lluvias habían arrastrado casi toda la tierra alrededor de las tapias. No era posible enterrar los cadáveres muy profundamente, así que la mayoría de ellos acababan devorados por las zorras y los perros. Eso era una cosa que no podían saber los padres, ya que por pena o por no levantar sospechas no volvían a acercarse al cementerio. Se comentaba que cuando no lo encontraban, el Paquito se apostaba en la noche a ver si el padre iba a comprobar si el cadáver había sido descubierto, y que fue así como el cura encontró muchos escondites.

Un jueves, que el cura y su tonto subían a los cortijos a dar sermones e hincharse la panza, una ventisca los sorprendió en plena sierra. Nadie en el pueblo se planteó el ir a buscarlos. Sus cadáveres aparecieron con el deshielo, pero el que los encontró los tiró por el barranco donde se tiraban las reses y las bestias enfermas para evitar la peste. De eso se enteraron en el pueblo porque a los meses, unos críos los encontraron en ese lugar. Por lo visto ni los perros habían querido su carne y estaban enteros. Allí se quedaron...